Por Marcelo Arancibia
Partido GEN - San Juan
En la Argentina, de Menem a Cristina Fernández de Kirchner, pasando por Néstor Kirchner, hay una continuidad, la del "Estado fallido". Estado fallido es el término que se usa para describir un Estado que no puede hacer cumplir sus leyes debido a las altas tasas de criminalidad, corrupción política e ineficiencia judicial. Es la combinación de criminalidad, corrupción política e ineficacia judicial lo que explica que el 80% de la opinión pública considera que el muerte del Fiscal Alberto Nisman quedará impune.
Es que desde el atentado a la Embajada de Israel a la muerte del Fiscal Nisman, hay un sinnúmero de hechos criminales que han quedado impunes, constituyendo muchos de estos crimines la última ratio para garantizar una situación de impunidad.
Si el "poder es impunidad", como nos aleccionaba amoral y pragmáticamente "el cartero" Alfredo Yabrán, debemos repensar "el poder" para dejar de ser un Estado fallido.
En tiempos de Menem, Néstor Kirchner y Cristina Fernández la asignación del poder en la Argentina ha descansado en un grupo reducido de individuos ávidos por la perpetuación y el enriquecimiento personal; circunstancias que han resultado por tener consecuencias políticas profundas: Una corrupción endémica y el crimen de Estado como método para lograr la impunidad.
Salir del Estado fallido y construir un Estado de Derecho exige a los Argentinos elegir con el mayor de los cuidados a quienes detentarán el poder sobre la institución más poderosa (y más letal en potencia) creada por la humanidad: el Estado moderno. Esto debe ser así porque los individuos que ejercen su poder sobre el Estado son portadores de una gran responsabilidad moral. Y lo que ha existido, de Menem a Cristina Fernández, es una gran inmoralidad política.
El Estado fallido de Menem a Cristina Fernández es producto de un populismo exacerbado. Si la corrupción y la criminalidad vivida durante el menemismo tuvo su continuidad -bajo otro relato- en el kirchnerismo, es porque el desprecio hacia los valores democráticos y la ausencia en los funcionarios de apego a los principios republicanos nos ha caracterizado como sociedad.
Así, lo ocurrido durante el menemismo (crimines e impunidades varias, desde el atentado a la Amia hasta la voladura de la Ciudad de Río Tercero Córdoba, pasando por una serie de suicidios que no fueron tales) ha vuelto a ocurrir con el kirchnerismo, y lo que parecía imposible, con "la muerte" del Fiscal Nisman se ha vuelto ominoso y real.
El historiador Henry A. Turner afirma que "estudiando la historia y aprendiendo que no hubo nada inevitable tal vez cobremos la lucidez y el coraje necesarios para no resignarnos a la inevitabilidad del presente, a las peores amenazas del porvenir".
La lucidez y el coraje que nos exigen estos tiempos pasan por desmontar de nuestra cultura política el populismo. Populismo que no es más que el género de las ideologías totalitarias, que en el stalinismo y en el nazismo encontró sus expresiones más extremas y sanguinarias.
Es el populismo que domina al kirchnerismo el que explica la justificación por "el contexto" del atentado terrorista de los jihadistas en Francia, al semanario satírico Charlie Hebdo y a un supermercado kosher. Y es ese populismo el que explica la indolencia ante la muerte del Fiscal denunciante Alberto Nisman, no solo de la propia presidenta y de su militancia que la sigue como manada, sino de los líderes del justicialismo, personas grandes, experimentadas, con votos propios y aspiraciones, que han reducido su dignidad política a la nada, cuando debieron elegir por la verdad y la justicia frente a uno de los hechos más graves de nuestra historia nacional.
Estos dirigentes justicialistas, que no hace muchos años sirvieron con la misma indignidad a Menem, actúan con la ductilidad de un Georg Dertinger, quien sirvió como periodista al último gobierno, conservador y de derecha, en la República de Weimar, que más tarde trabajó para Goebbels en el Ministerio de Propaganda Nazi y acabó convirtiéndose, después de la guerra, en el primer ministro de Asuntos Exteriores del régimen comunista de Alemania Oriental. En estos dirigentes justicialistas solo hay garantías de continuidad del Estado fallido.
El otro tema es la sociedad argentina, que obviamente nos incluye a los sanjuaninos. Volvamos a la historia como fuente de aprendizaje. Cuenta en sus memorias el pintor expresionista alemán George Grosz, que unos meses antes al advenimiento de Hitler al poder, había advertido que su kiosquero habitual ya no llevaba en la solapa una insignia con la hoz y el martillo, sino una pequeña esvástica.
¿Qué pasó en la Argentina para que sectores y referentes políticos y sociales, otrora defensoras del Estado de Derecho y de los DDHH, hoy justifiquen, expliquen o argumenten a favor de la masacre de Charlie Hebdo o la corrupción y la criminalidad del poder Estatal en manos del kirchnerismo?
Las elecciones del 2015 nos obligan a los argentinos a salir del no debate, de la disputa solo de colores y del vacío discursivo. Que los muertos en Charlie Hebdo y la muerte del Fiscal Nisman no sean en vano.