Con Lula y Dilma, el vecino país creció en su economía y cayeron el desempleo, la inflación y la pobreza. En los últimos 12 años (ocho bajo el gobierno de Lula y cuatro con Dilma Rousseff) el país mejoró todos sus indicadores.
El Partido de los Trabajadores (PT) llegó al poder de la mano de Luiz Inácio Lula da Silva hace 12 años. Brasil estaba saliendo de una turbulenta etapa social y económica. La devaluación del real, los apagones eléctricos y tensiones macroeconómicas habían marcado a fuego los dos mandatos del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). En enero de 2003, el ex obrero metalúrgico asumió la presidencia y sorprendió a todos: su ortodoxia económica evitó que el dólar se disparara y que estallara una nueva crisis. El desarrollo económico y los programas asistenciales catapultaron al partido al poder absoluto en Brasil.
A horas del ballottage que definirá al próximo presidente, la agrupación apostó por recalcar su gestión económica y cuestionar el desempeño de Cardoso, padrino político del candidato opositor Aécio Neves. Para eso, contó con el respaldo de importantes figuras sociales, como el teólogo Leonardo Boff, que en un artículo adelantó esta semana por qué votará a Dilma. “A partir de 2002, tuvo lugar, por primera vez, una revolución democrática y pacífica en Brasil, con Lula y sus aliados ligados a las bases. Claramente lo que ocurrió no fue sólo una alternancia en el poder, sino una alternancia de la clase social. Las clases dominantes que en toda la historia ocuparon el Estado, garantizando más sus privilegios que los derechos de todos, fueron apeadas del Estado y de su aparato”, escribió el ideólogo de la Teología de la Liberación.
En los últimos 12 años –ocho bajo el gobierno de Lula y cuatro con Dilma Rousseff– el país mejoró todos sus indicadores. Aumentó su producto bruto interno (PBI), cayeron el desempleo, la inflación y la pobreza, y las reservas del Banco Central se robustecieron hasta superar en 2013 la cifra récord de los 358 mil millones de dólares.
Durante más de una década, el PT logró que el desarrollo económico estuviera de la mano de ambiciosos planes sociales, que sacaron a 40 millones de brasileños –la famosa clase C– de la pobreza. Bolsa Família, el buque insignia de los programas asistenciales, logró que el norte y el nordeste del país se convirtieran en una fortaleza electoral para Lula y Dilma. Tan sólo San Pablo, cuna del PT pero gobernada por los tucanos, fue una región abrumadoramente esquiva para el PT. Rousseff apenas consiguió el 25% de los votos en el mayor distrito electoral.
Ese traspié reveló que no todo es color de rosas para la fuerza que hegemoniza la política brasileña hace más de una década. El desgaste de más de una década en el poder y el reciente estancamiento de la economía pudieron haber influido en los votantes. Además, la gestión de Rousseff no tuvo el mismo éxito que la de su antecesor. En 2010, durante el último año de Lula en el Palacio del Planalto, el PBI creció un 7,5%. A partir de ese momento cayó en picada, y llegó a estar en recesión técnica en los dos primeros trimestres de este año. Por otra parte, las decenas de denuncias de corrupción y su política económica y exterior hicieron que los industriales y el establishment financiero la miraran cada vez con mayor desconfianza.
Ese recelo, sin embargo, no fue suficiente para que “el Brasil profundo” le diera la espalda al PT. Aquellos beneficiados por la distribución de la riqueza temen perder el nuevo estatus alcanzado. El partido fundado por Lula dejó de ser representante exclusivo de los trabajadores y amplió sus horizontes en la base de la pirámide social. Con el apoyo de los más pobres, la fuerza aspira a extender a 16 años su reinado en Brasil, una cifra que sería inédita para la región.
Aécio Neves también tiene un historial que mostrar al electorado brasileño. Fue gobernador de Minas Gerais, el tercer estado más populoso del país, entre 2003 y 2010. El candidato a presidente dejó esa región con el 92% de imagen positiva, pero también fue duramente cuestionado por irregularidades durante su mandato. El gobierno disparó contra la construcción con fondos públicos de una pista de aterrizaje en una hacienda de su tío, en el municipio de Claudio. Según el ahora senador, su construcción fue legal y benefició a miles de vecinos y a decenas de industrias.
En sus dos mandatos, se caracterizó por altas dosis de pragmatismo, entendiéndose a la perfección con el entonces presidente Lula da Silva , y por controlar el gasto público. Aunque cayó en su bastión en la primera vuelta, mañana intentará convertirse en el nuevo presidente de Brasil.