Texto: E. Simón
Ilustración: Nico Suarez
No sé si lo soñé o me ocurrió. Estoy cuidando a Gustavo Cerati en la habitación 35 de la Clínica ALCLA. Está internado hace más de tres años. No se despierta. Los médicos han hecho lo posible pero no pasa nada. O no quiere, o no puede.
No sé cómo llegué hasta aquí. Tal vez caminaba por calle Vuelta de Obligado y de pronto vi la clínica. Entro. Avanzo por los pasillos y descubro que hay una puerta entreabierta. Me asomo y lo veo a Gustavo. Entubado, quieto, ayudado a vivir por máquinas extrañas. Le hablo pero no me responde. Está ido. Si dijera que está dormido sería caer en un eufemismo fútil. Entonces sencillamente sucede: Gustavo se despierta y me dice: Ya no voy a volver, seguí vos. Desde ahora, en Argentina, el rock and roll sos vos. Y cierra los ojos de nuevo. Alguien entra y me pregunta qué hago acá. Lo estoy cuidando, digo. Pero no me escucha. Me saca. Salgo de la habitación 35. Camino por el pasillo. Llego a la puerta de entrada y estoy de nuevo en la calle Vuelta de Obligado. Sigo derecho. Una, dos, tres cuadras, estoy en avenida Congreso. Voy a formar una banda de rock, me digo. Me convenzo de que sí. Y voy a tocar las canciones de Cerati. En cada recital voy a tocar dos o tres. Es tarde. El sueño ha terminado. Ahora camino por una calle cualquiera de Buenos Aires. Encuentro un barcito de mala muerte. Entro. Pido una cerveza y me siento a escuchar a la banda que está tocando. Delante de mí hay tres pibes. Hablan a los gritos, casi no dejan escuchar. Está sonando Amor amarillo. En un momento pierdo la paciencia y les digo que paren un poco. Se ríen y se vuelven a divertir entre ellos. Me paro, me acerco a la mesa de los chicos y les grito: ¡Silencio idiotas, están tocando una de Cerati!