Por E. Simón
Acaso bastaría con transcribir acá su lema y ya la nota estaría lista para saber todo sobre él: "con un oído puesto en el Evangelio y otro en el pueblo", decía Enrique Ángel Angelelli. Pero la retórica de la elocuencia hace que uno quiera seguir.
Su vida fue fascinante y lo esperaba un final marcado por la crueldad de aquellos años oscuros. Se podría empezar esta crónica diciendo que todo sucedió en el año 1976 y también quedaría todo comprendido. Años oscuros, años cruentos, años que afortunadamente no volverán.
El Tribunal de La Rioja encontró a Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella culpables del asesinato del ex obispo de esa provincia "en el marco del terrorismo de Estado" y ambos deberán cumplir la pena en cárcel común. Dos hijos de puta menos en la calle, aunque a veces da la impresión de que estamos rodeados. Angelelli no fue parte del movimiento de los curas tercermundistas, pero sí fue un hombre de su tiempo que protagonizó las luchas obreras y marginales de Córdoba y La Rioja. La dictadura cívico militar lo condenó a muerte y la pena no tardó en cumplirse. Al poco tiempo de que irrumpiera en el país el aparato represivo del Estado militar descargó su furia contra este hombre que valía por una legión. El 4 de agosto de 1976 la muerte golpeó a su puerta y lo que se presentó como un accidente de tránsito en la ruta riojana fue un asesinato a sangre fría y premeditado. Pasaron 30 años para que la Justicia reconociera que ese accidente de tránsito fue en realidad un asesinato.
El obispo de la Iglesia Católica, Enrique Angelelli, nació el 17 de junio de 1923 en Córdoba, y se ordenó como cura en 1949, con 26 años. Supo frecuentar villas de emergencia en los arrabales marginados de Córdoba. El 12 de marzo de 1961 recibió la consagración episcopal y desde entonces, los domingos, la Catedral comenzó a llenarse de obreros y fieles que encontraban en él a un Cristo con los pies en la tierra. Desde esa trinchera fue parte fundamenta en los conflictos gremiales que llevaron adelante los trabajadores de IME- Industrias Mecánicas del Estado, Municipales y Fiat. Siempre del lado de los trabajadores. Siempre con su corazón en el pueblo. El poder eclesiástico conservador de la provincia lo marginó y lo desplazó a las afueras de la ciudad.
En 1965 el cardenal Raúl Primatesta restituyó a Angelelli como obispo auxiliar y le permitió volver a su trabajo pastoral. Es entonces cuando pudo estar de nuevo en contacto con su gente y empezó a visitar pueblos del interior de Córdoba. En 1968 fue designado por Pablo VI al frente del obispado de La Rioja. De esta manera, era desplazado de su provincia natal. Cuando asumió dijo que se sentía "un riojano más". Empezó su tarea evangelizadora y comprometida con su gente, recorrió cada rincón de La Rioja llevando esperanza pero siempre escuchando los reclamos de los que más sufrían.
Alipio Eduardo Paoletti cuenta en su libro "Como los nazis, como en Vietnam", publicado en 1987, que el cura "Atrajo a su pastoral a sacerdotes, monjas y laicos que buscaban el camino para sumarse a las luchas del pueblo desde su misma condición de religiosos y cristianos; apoyó todas las reivindicaciones populares; colaboró en la organización de trabajadores, campesinos, artistas e intelectuales, mujeres, jóvenes y viejos. Y aunque no lo quería, sus actos lo convirtieron en un dirigente de masas, en el verdadero sucesor de los caudillos populares de La Rioja del siglo pasado", y explicó que "Angelelli no tenía vocación de dirigente. Era un hombre humilde hasta la exageración, piadoso e ingenuo aún cuando tenía una fortaleza moral y un rigor intelectual que pocas veces se conjugan en una persona del sector social que fuere. Concebía su papel en la sociedad como la que cumple la levadura en la masa".
Si bien la dictadura cívico militar intentó ocultar su crimen, los organismos de derechos humanos nunca bajaron los brazos hasta conseguir justicia. Sus palabras podrían considerarse hoy un eco de lo que alguna vez fue su voz vigorosa predicando que había que liberar "a todos los hombres de la explotación y la enajenación". No hacían falta tantas palabras para contar su derrotero, el cura habló siempre con el testimonio propio de hombre al servicio del hombre.