Por Lucas Carrasco
Mucho antes de que Cristina consiguiera su primer empleo, Magnetto y Moyano junto a su marido gobernaron el país. Incluso, cuando Kirchner puso de testaferro presidencial a su esposa, la mandó a limar peleándose con un Magnetto fortalecido durante su presidencia. Muerto Kirchner, la vieja se aprovechó de la lástima que sentíamos por ella y se sacó de encima todo el sindicalismo.
Como con Perón, que tras el 62% de los votos derivó en el desastroso gobierno de Isabel, no estaba en los planes que se muera Kirchner. Votamos una señora de luto que lloriqueaba en Cadena Nacional y nos juraba que nunca existió el doble comando. Era cierto. Había un solo comando. Era Néstor Kirchner.
La ambición de la vieja, que usó durante tres años luto, la terminó de condenar. Pero naturalmente, los platos rotos los pagaremos nosotros. Aún cuando la vieja lograse la improbable utopía de devolver el Estado en las condiciones que lo usufructuó, el destino lo tiene marcado: Tribunales y Ezeiza.
La vieja, con toda su prole de holgazanes, la tiene barata en realidad a los daños sociales que se acumulan mientras se maquilla para aparecer en su programa vespertino "Desayunando con Cristina". Líder de una banda de alcahuetes que asalta al cura, viola monja y se para a pontificar moralmente en el púlpito, Cristina es la clásica gorda de Recoleta que se ofende si un monaguillo le pide que devuelva el cáliz.