Por Pablo Zama
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Joaquín apenas sobrepasó los dos años y ya tararea la introducción del Himno Nacional Argentino –como lo hacen los hinchas en Belo Horizonte– frente al televisor de la casa de su abuela paterna. Mira con atención cuando en pantalla aparece el pibe que tiene el 10 en la espalda –igual que él– que trata de pronunciar las dos sílabas que arrastra el viento que viene desde adentro con las dos eses del medio: “Messi”. Joaquín no entiende mucho todavía sobre el juego, pero escucha a su papá y a su mamá nombrar a otro enano que la rompe. Ese jugador de 1,69 metros de estatura y 67 kilos, que se encorva mínimamente para buscar el aerodinamismo que lo lleve a superar rivales como si fueran postes olvidados en una finca sin nombre, cumple 27 años este martes 24 de junio en pleno Mundial Brasil 2014.
Lionel Andrés Messi Cuccittini es capaz de alcanzar una velocidad de 28,72 kilómetros por hora en sólo cinco metros: esa aceleración le trajo lesiones, por lo que tuvo que respaldarse en el gimnasio logrando obtener una mayor masa muscular, además de tomar variados complejos vitamínicos porque su explosión inicial era demasiado para su cuerpo diminuto. La Pulga se ha convertido en un símbolo para los más chicos, equivalente a Maradona en el ’86 para quienes eran niños y adolescentes en aquella época gloriosa.
Joaquín ya empieza a tenerlo entre sus ídolos.
Las camisetas de la Selección visten los cuerpos de miles de niños y jóvenes con el apellido del jugador del Barça y su número de casaca, en Argentina y en todo el mundo. Empieza el partido ante Irán y la otra pulga se pinta de celeste y blanco la cara junto a sus primitas Luchi y Vale. Grita “Argentina, Argentina” entusiasmado y toca el televisor. Del otro lado está un joven que se sabe tasado en 220 millones de euros; con ingresos anuales, por la explotación de su imagen en publicidades, superiores a los 33 millones de dólares y que -según la revista Noticias- ya es “una empresa unipersonal” que factura más que las firmas con 1000 empleados.
Dos ídolos, dos épocas
Los buscan comparar y son incomparables porque son distintos y con reinado en diferentes épocas. Diego Maradona fue amo y señor en México 1986, época de posguerra de Malvinas que clavó un puñal asesino en el alma de los por entonces casi 31 millones de habitantes. Dolor quizás suturado y sublimado por un rato a través del fútbol y de ese joven con rulos que esquivó piernas inglesas como en un campo de concentración y marcó el gol más importante de la historia de los mundiales. Era una incipiente democracia que transitaba su primer gobierno electo en las urnas tras siete años de la peor y más sangrienta dictadura militar de la historia criolla.
Joaquín, en cambio, en la generación Messi se cría como parte de los más de 40 millones de habitantes, de los cuales 10 millones están bajo la línea de pobreza (según un estudio del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA; el Indec dejó este año de calcular los índices de pobreza). Un país que mantiene una inflación superior al 30 por ciento y que intenta salvarse del default peleando con fondos buitres, mientras mira con poco asombro cómo un vicepresidente es acusado de haberse quedado con la imprenta Ciccone para hacer negocios con el Estado y recuerda que dos días antes de la última Navidad fueron absueltos todos los acusados por la causa de las “coimas en el Senado” del año 2000.
La generación Messi crece sin saber que tendrá que pagar las deudas contraídas por el Estado desde la época de la dictadura, cuando había un Mundial en la Argentina cuya consagración local tapó bajo los miles de papelitos que caían de las tribunas las caras de 30.000 desaparecidos y las políticas económicas antipatrióticas de José Martínez de Hoz.
Pocos años después iba a ser la generación Maradona la que se pintaba la cara de celeste y blanco, recién empezando a descubrir lo que habían hecho los militares. Los intereses se fueron incrementando junto a los vencimientos impagos de la última década. El recurrente asunto de la sábana corta: endeudarse para pagar deudas precedentes, círculo interminable.
Amnesia local
El niño de dos años que balbucea el nombre del mejor jugador del fútbol en la actualidad, probablemente crezca dándose cuenta de que en la Argentina el talento no siempre tiene recompensas y las críticas de los ignotos llueven y circulan como reguero de pólvora por toda la extensión del país. Messi es indiscutible afuera de la Argentina, pero puesto en duda en su tierra, pese a sus goles y sus buenos rendimientos con la camiseta de la Selección, camiseta con la que se sentía en deuda en el 2010. Lo mismo pasa con las fugas de cerebros de científicos que tienen que trabajar lejos de su orígenes.
Parece no pesar la obtención de 6 Ligas de España, 3 Champions League, 6 Supercopas españolas, 2 Copas del Rey, 2 campeonatos Mundiales de Clubes, 2 Supercopas de Europa, 4 Balones de Oro, 3 Botines de Oro, 1 Copa del Mundo Sub 20, 1 Campeonato Olímpico con Argentina en Beijing 2008, el primer puesto en las últimas Eliminatorias Sudamericanas. Lio es el goleador histórico del Barcelona y en la Selección ya marcó 42 goles, superando las marcas de Maradona y Crespo, siendo el segundo artillero histórico detrás de Batistuta (56).
El presidente de la Asociación de Psicología del Deporte Argentino, Marcelo Roffé, conoció al rosarino cuando era psicólogo de las selecciones juveniles y hace cuatro años decía: “Messi declaró que en las Eliminatorias no rindió porque tenía miedo de no dar lo que se esperaba de él”. El profesional explicaba que el miedo de la Pulga era una obviedad “sobre todo en un país exitista, en el que Dios te habla en una publicidad, la mano de Dios es el técnico –en el Mundial de Sudáfrica–, a Lio lo confunden con un Mesías y lo presionan 40 millones de técnicos”.
Joaquín va a mirar la televisión en pocos años y va a sorprenderse además por el mote de “mufa” que intentaron colocarle en este Mundial los desmemoriados dirigentes feudales de AFA al ídolo de sus abuelos, porque se retiró del estadio antes de que su equivalente actual marque contra el equipo persa. Los Grondona (Don Julio y su hijo Humbertito) sufren de la amnesia impune que otorga el poder y los fajos de billetes: borraron la cara del artífice del título de México ’86 y el campeonato de Italia ’90 en el que el Pelusa jugó infiltrado en el tobillo y llegó a otra final.
Quiero ser como vos
La Generación Messi aparece sintetizada en una bandera con la cara del 10 en la tribuna del Estadio Mineirão: “Cuando sea grande quiero ser como vos”. Otro trapo condensa el sentimiento que la gente tiene con Maradona y el delantero del Barcelona: “Messi, remontate un barrilete cósmico”.
Joaquín mira cómo sus primas escriben sobre algunas hojas “Vamos Messi” y en los nudillos finalizan el presagio para el partido con Irán: “gol” y “Argentina”. El rival, sufrido por sus historias bélicas, se atrinchera en el fondo para frenar a Lio y sus amigos. Partido duro, imposible entrar al área entre esas piernas acostumbradas a correr por sus vidas cuando eran chicos en la guerra contra Irak en los ’80. Pero en el primer minuto de descuento, aparecerá la magia.
La parábola hacia afuera por izquierda es un amago doliente que ejecuta un creativo desesperado que agudiza el ingenio ante la necesidad. El balón viaja esquivando rivales, lamentos y llantos de vidas pobres de los barrios sudamericanos. Pasa por entre el 16 y el 6 iraníes. El 5 la ve irse rumbo al arco –una foto aérea demostrará después que los 11 jugadores rivales estaban defendiendo en el área grande a los 91 minutos–. El arquero se estira como un trapo, pero no llega. La pelota que ejecuta en movimiento Lionel Messi alcanza una velocidad cercana a los 90 kilómetros por hora, más que lo que consiguen algunas motos, y mueve la red.
Joaquín, que gritó en todas las chances de gol precedentes, en la obra final de Lio quedó distraído y recién empezó a festejar en la casa de su abuela cuando escuchó el alarido de los más grandes. Sus primas escribieron “Gol de Messi” en un pizarrón. El mejor jugador del planeta saltó encima de un compañero que lo alzó y con los demás formaron una masa eufórica en la agonía del partido que los llevó a octavos de final. Para Joaquín, de la nueva generación de hinchas del fútbol argentino, la función recién comienza.