Por E. Simón
Lo de Menem parecía insuperable. El desguace del país que vivimos durante los años 90 era para los argentinos el descenso al octavo círculo del Dante. Pero así como las ciencias siguen en su constante búsqueda hacia el futuro, la corrupción estructural que somete a Argentina desde hace años también ha sabido pulir su método.
Cuesta entender a los convencidos del modelo kirchnerista. Sobre todo porque cuando se les plantea el tema de la corrupción se muestran molestos, en ocasiones irascibles. Entonces sí, aparecen los argumentos rayanos con el cinismo. En una suerte de relativismo ético, se han vuelto fervientes abanderados de la ya desvencijada premisa: “roban pero hacen”, que ha tenido su eficacia durante años en la democracia vernácula. Otro de los argumentos K a la hora de cubrir a los ladrones que incrementaron su patrimonio es acusar de nostálgicos menemistas a quienes criticamos el robo desde la función.
Criticar la corrupción tanto de Néstor, como de Cristina y de sus funcionarios, no es adherir al neoliberalismo que trajo Menem en los ´90. Liberalismo que se instaló con la natural anuencia de gobernadores como Kirchner, Rodríguez Saa, Jorge Escobar, Lole Reuteman, Cabeza Duhalde, Palito Ortega y toda esa hinchada de rufianes que el Turco se procuró para rifar el país.
Cuando alguien critica a este gobierno, infectado sin duda de corrupción, los militantes e intelectuales K salen a la cancha. En una suerte de perversión tramposa, los kirchneristas preguntan a quien quiera escuchar: ¿Acaso no estás de acuerdo con la Asignación Universal por Hijo, con la reestatización de YPF, con la vuelta al Estado de los aportes jubilatorios, con los Juicios a los asesinos de la Dictadura, con la Ley de Medios, con el matrimonio igualitario, con el voto a los 16 años, con la reducción de la pobreza, con la vuelta de Aerolíneas Argentinas?, y la lista sigue. Obvio que sí se está de acuerdo con todo lo que ayude a que en Argentina vivamos mejor. Pero acaso ¿no se podría haber hecho todo eso y más pero sin robar? Estoy convencido que sí.
No se puede ser cómplice mientras una caterva de bandidos se esté robando el país. El deber ciudadano es enfrentar y combatir ese latrocinio, aunque, se sabe, tal vez tengamos la batalla perdida desde antes de empezar. El relativismo cultural y ético ha calado profundo. Para muchos, la decencia no es una virtud, es apenas un detalle menor que se puede obviar frente a los logros del matrimonio multimillonario.