Gabriel García Márquez
Por Silvia Marcet
Hace poco más de un año tuve la oportunidad de asistir a un foro en la Facultad de Ciencias Sociales de nuestra UNSJ donde se planteaba la discusión: ¿Existe el periodismo independiente o es más sincero asumir que todo periodismo es militante? Más allá de la comodidad que representaba para mí dedicarme a otros asuntos, hacia allá partí, compelida por una imperiosa curiosidad. Verdaderamente buscaba respuestas.
Llegando al aula del Departamento de Ciencias de la Comunicación donde se desarrollaba el foro, encontré un panel de conocidos periodistas locales, moderados por docentes y autoridades del Departamento. La audiencia: un aula llena de inquietos, audaces y muy despiertos estudiantes de comunicación social. Un golpe de vista a estas avispadas caras me entusiasmó. Qué lindo ver que en el futuro desde el periodismo o “la comunicación” se podrán hacer cosas valientes, como las que se trasuntan en la mirada briosa de estos chicos, pensé. Pero con el transcurrir de los minutos, la inquietud me empezó a invadir.
A coro, los panelistas sostenían una cerrada negativa ante la idea de que exista la censura en los medios de nuestro querido terruño. Más aún, en los de la Argentina. Cuando los moderadores abrieron el tiempo para preguntas del público, pedí hablar. Dije que como licenciada en esta carrera, recibida en una universidad pública y periodista en ejercicio (en aquél momento aún trabajaba en un medio privado) pensaba dos cosas. La primera: que la censura existe como el aire que respiramos. La segunda: que la dicotomía planteada no debía ser el centro de la cuestión, menos aún en una carrera que en gran parte de su currícula contiene ciencia social. Que tal paradigma debía permitirnos concebir al acto de informar o de re- presentar un acontecimiento como a un hecho social. Y en este punto, podíamos recordar los aportes del genial Eliseo Verón: “explicitar las condiciones de producción de un discurso, es lo que hace que se dé una situación de objetividad con nuestro objeto; borrar o esconder esas condiciones produce una relación subjetiva".
A días del fallecimiento de uno de los creadores de la semiología de “tercera generación” a nivel latinoamericano, Eliseo Verón, recuerdo estos hechos que aún me desvelan.
“Si hay algo parecido a la censura debe ser por autocensura y no de los periodistas, si no de los entrevistados”, retrucó un respetado panelista. Y otro matizó dándome centavos de crédito. No era ni es importante para mí llamar la atención en un lugar así, pero confieso que el tema me moviliza. El agua de todo ese molino terminó fluyendo hacia una conclusión digna de 6,7, 8: “Hay que militar la nueva ley de medios”. En esto coincidieron todos, rebeldes y prolijos.
No estoy en contra de la actitud de los organizadores de tan jugoso encuentro. Sí de puntuales voceros que con pasmosa solvencia ven oro en todo lo que nos rodea y ningún nubarrón sobre nuestra querida profesión periodística. Pues yo sí, dije en ese momento aunque nadie me preguntó. Y lo repito ahora: yo sí vi la censura. Tiene rostro y cuerpo humano, no fantasmal ni producto de sugeridas paranoias.
Volviendo a la segunda situación: creo que lo equivocado del asunto es la dicotomía, el dilema. Desde mi humilde saber, sostengo que la bifurcación es ignorante. Echa por tierra décadas de estudios académicos sobre medios. Está bien que los profesores la lancen a la palestra como se propone un titular de portada: llama la atención sobre un problema y permite desmenuzarlo. Pero de ahí a retroceder no aclarando que todo el quehacer periodístico puede y debe buscar la objetividad y en todo caso discutir sobre nuevas vías, creo que hay mucho trecho. Yo no renuncio a esa vocación de objetividad. Y me llama la atención que haya tantos colegas dispuestos y tan fervientemente gustosos por “militar” en cuestiones de discurso. Militar, un término sacado un campo netamente bélico, endurecido, ideologizado y parcial, más que de uno científico, dinámico, reflexivo y dialéctico.
En "La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad" (1988), el recientemente fallecido Eliseo Verón situaba a cada discurso como una célula en un tejido discursivo. Cada discurso emitido tiene en sí gramáticas de producción y gramáticas de reconocimiento. Por esto, argumentó que el emisor de cada relato debe hacer constar sus fuentes, intereses, ideologías y objetivos para que podamos leer su texto con toda la información necesaria para interpretarlo como una construcción a la que se pueden anteponer otras. Así, si un diario es afín a un partido político o recibe jugosa pauta, lo mejor sería que lo explicitara para que el lector pueda entender por qué se escribe lo que se escribe allí. Y eso significa admitir que hay varias realidades, varias verdades y dejar elegir al lector en cual o cuales “confiar”. Ni más, ni menos.
Otros semiólogos y argentinos como Lucrecia Escudero demostraron a través de la traición que significó la derrota en Malvinas para la credibilidad general, que existe una relación "afectiva" más que racional de las personas con los medios de información que consumimos. Especialmente con los impresos (históricamente, los más reflexivos). Brindamos un contrato crediticio. Creemos antes de comprobar. Compramos antes de pagar. Claro que esto, escrito en los años 80, puede haber sido ampliamente superado por la interactividad que permiten las redes sociales y la inmediatez de la información digital. Sin embargo, dejar de lado descubrimientos realizados a lo largo de un pasado doloroso por académicos, filósofos y teóricos de la comunicación de masas, es tirar tiempo, dinero y reírnos de la sangre derramada.
Históricamente los escribas, intelectuales, pensadores, incluso los juglares y poetas han juzgado las cosas de su tiempo. Resaltando y exagerando gestas hasta elaborar verdaderas epopeyas; criticando y acentuando zonas grises hasta consignar ominosos dramas. En la modernidad, la ciencia y su método quisieron buscar ante todo "la objetividad". La escuela norteamericana, en sentido de corriente de pensamiento y de oficio, pretendió instaurar el "periodismo puro": la noticia desnuda de opinión y enfoque previo. Apelaba a mostrar y reflejar la realidad "tal cual era". El método: el informador con ropa seria, gesto adusto, despojando su lenguaje de adjetivación y su expresión de sentimiento o color. Sólo se guardaba esto para las notas llamadas precisamente "de color". Ni siquiera para el género editorial.
Pronto se demostró que esta objetividad era una ilusión de la modernidad, como cualquier otra pretensión de verdad absoluta. La omnipotente ciencia occidental enfrentó muy pronto la constancia de que todo depende del cristal con que se mire. O, en términos científicos, del paradigma del que se parta. Incluso sucede en las llamadas "ciencias duras".
Sin embargo, esto no impide que como seres humanos pensantes, pretendamos seguir un método que nos acerque un poco más a lo buscado. En el caso del médico, a curar la enfermedad con uno u otro librito. En el caso del ingeniero, a que no se caiga el edificio. En el caso del periodista, a no hacer operaciones a favor y en contra. A dar aire o tinta a las distintas versiones del conflicto. A no guardarse datos. A hacer lo que hace el periodista entre otras cosas: develar lo que quiere ser ocultado. Ocultado por quienes detentan los hilos de poderosas corporaciones.
Estoy en contra de la dicotomía objetividad vs. militancia, tal como a un médico no se le ocurriría pensar que tal laboratorio, radiólogo o anatomopatólogo es objetivo y el otro militante. Sencillamente un científico puede creer en un método por determinadas pruebas y por coincidir en los pasos y argumentos y en otros, no.
Eliseo Verón debe ser justificadamente uno de los teóricos y analistas de la comunicación más relevantes a nivel latinoamericano, habiendo fundado toda una línea de investigación ligada a la semiótica en Argentina (en conjunto con otro grupo de autores como: Oscar Steimberg y Oscar Traversa) y publicado más de una decena de libros entre los que podemos incluir: Conducta, estructura y comunicación (1968), La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad (1988), Esto no es un libro (1999), Efectos de agenda (1999), El cuerpo de las imágenes (2001), Espacios mentales. Efectos de agenda 2 (2002). Preocupado por la historia y destino de los medios, una de sus últimas preocupaciones ha sido justamente la del “fin de los medios”, incluyendo entre ellos la televisión, otra de sus grandes preocupaciones.