Por Silvia Marcet
Junto con el hecho de que, como muchas mujeres soy aficionada a todo lo que prometa levantar, abrillantar, corregir o mejorar lo que natura me dio, me permito reflexionar sobre la persistencia de ciertos lastres “machistas” asociados a la exaltación de la apariencia física, enraizados en nuestra cultura nacional.
El pie me lo da otra mujer, la periodista de Página/12, Mariana Carbajal, quien a su vez cita a una tercera, Estela Díaz, secretaria de Género de la CTA: “Los concursos de belleza son una clara expresión de la persistencia de la cultura machista y el patriarcado. El enorme avance en igualdad de las mujeres convive junto con este tipo de certámenes, que se siguen reproduciendo casi igual desde sus orígenes, donde las mujeres son exhibidas como una mercancía y un objeto decorativo. Por más que ahora también hay desfiles de varones, lo cierto es que esto no supone tampoco avances en igualdad. Pero además, muchas preguntas podrían hacerse: quién define qué es bello. La belleza es relativa, es histórica y en contexto. Como dice la canción, la historia la escriben los que ganan, ésta también, es una historia de subalternidades y segregaciones”.
Una cuarta mujer, Verónica Bajo, integrante de organizaciones que vienen manifestándose en contra de los certámenes en distintas localidades del sur de la provincia de Buenos Aires, se indigna: “¿Cómo es posible que desde municipios se hagan campañas por noviazgos sin violencia, y luego se invita a los jóvenes a ver un espectáculo cosificador de mujeres? Yo llamo a esto la ‘tinellización’ de Estado. ¿Hasta cuándo tendremos a funcionarios/as eligiendo traseros de jóvenes y niñas? ¿Hasta cuándo el Estado dejando en letra muerta la Ley 26.485 que ampara a las mujeres de la violencia simbólica?”.
En nuestra bien querida Fiesta Nacional del Sol tenemos que destacar que las candidatas a reina y virreina reciben una “capacitación”. Sin embargo, esto no es suficiente para romper el molde cosificante. Durante el breve paso de las representantes de los 19 departamentos por la maternal tutela de la Comisión de reinas, las candidatas aprenden a limar sus asperezas al caminar, al expresarse, adquieren nociones sobre cultura local, historia, economía regional y muchos otros datos necesarios para representar a San Juan. Esto nutre al evento y es un paso adelante. Pero todavía es poco si a la hora de ser elegida, la cámara insiste con el primer primerísimo plano del rostro de la chica, o hace paneos del cuerpo completo en cada aparición. Un travelling de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, que muestra a la modelo como se exhibe el Empire State en película de King Kong.
Un cuerpo imponente, joven, lo más alto y delgado posible. Encorsetado cual Kate Winslet en Titanic. Lo más parecido posible al canon de belleza occidental. Mensaje recibido.
Es cierto que los concursos, desfiles, como las publicidades, películas y en general cualquier ícono pop, no tienen la culpa de todo. Son ínfimos detalles en un sistema que permite a cada persona elegir su camino. Pero reconozcamos: son al menos luces de alerta. “¡El Feminismo extremista no es más que otro caballo de Troya!”, sentencia un amigo en un asado de hombres al que me sumé sin invitación. Concedo que puede ser, mientras apuro mi ensalada y pido que me den una entraña más “sequita”. Entonces, para llevar el análisis a un plano más general o que al menos me permita no salir despedida del atávico convite, opino que elegir una Reina y una Virreina nos sitúa más cerca de un régimen feudal que de una república democrática.
Simbólico o no, tener “soberanas” del Sol nos pone más cerca de María Antonieta o de Luis XIV que de Montesquieu. Sus latinoamericanas y doradas coronas nos amigan más con la imperial corte del Inca Atahualpa que con la pacífica existencia del olvidado huarpe. Los cetros, engastados en símil piedras preciosas, más cerca del corregidor de la Mita que de Tupac Amaru. Mal que nos pese, nos hace más súbditos de Isabel de Castilla que granaderos de San Martín. Quiero decir: son símbolos que reflejan atributos de poder, aunándonos con sujetos más dominados que pensantes y libres. Y más propicios a venerar el sistema de castas que el sueño americano de la movilidad social basada en el esfuerzo individual. Va haciendo que niñas, jóvenes y sus pares varones sean más susceptibles a apreciar el brillo áureo del poder material, la fuerza, la juventud física y el apego a cánones heredados muchas veces de los que llamamos nuestros dominadores, que a valorar el tesón de una curtida Amancay, el arrojo de Juana Azurduy o, sin ir más lejos, el trabajo sinfín de cualquier mujer con empleo dentro y/o fuera de casa.
¿O no quedó comprobado el rechazo a lo “mal presentado” o a lo “poco femenino” en la reacción de repugnancia del 90% de nuestra sociedad local frente al aspecto descuidado de muchas activistas del último encuentro de mujeres? ¿No se escucharon y leyeron palabras como “sucia”, “conchuda”, “lesbiana”, “exhibicionista”, “andá a lavarte el pelo”, empuñadas por las bocas de otras mujeres? Y si lo que molestó más fue la violencia contra la Iglesia Católica: ¿No es acaso el mismo brazo intelectual del gobierno nacional el que denodadamente propició la aversión hacia la curia hasta que Bergoglio se transformó en Francisco I y de represor pasó a ser amigo de nuestra máxima representante? Y si lo que molestó aún más fueron las pintadas: ¿Por qué no molesta a los jueces mucho más ver cuerpos de mujeres pintados de sangre, cincelados a cuchillo por ex parejas que se negaron a ser dejadas, mientras el país piensa en reducir penas por delitos sexuales? ¡Cómo me gustaría que mis vecinas, amigas y parientes se indignaran por el crimen de María Cristina Olivares tanto como por las pintadas! ¡Cómo me gustaría que usaran el mismo fervor revolucionario con que observaban bailar al Che frente a la pantalla ganadora del Guinness, para revertir la falta de timing de la Justicia!
Con seguridad llevaré mi propio sanguchito al próximo asadito de hombres en que intente colarme. Y voy a sacar el tema OVNIS antes que cualquier tópico social o político en mateada de mujeres.
La violencia, la desigualdad, la discriminación, no son sólo las explícitas, las físicas, las tangibles. Son también las verbales, las de aquello que no se toca, no se dice y no se ve. Pero se siente.
La violencia simbólica que está en el fondo de estos meros signos es un mercado global de valores que cotiza en términos de proporción física, de rendimiento visual, de eficiencia matemática, con intelectuales que no logran establecer otras matrices de valores comunitarios más “personificantes”. También por parte de un Estado que desoye, una burocracia que abandona, de una Justicia lenta, de una organización policial no preparada para trabajar en pos de una sociedad más igualitaria; de un sistema educativo para todos los niveles bien pago y bien planificado. Todo esto es la causa, la raíz del mal sobre el que nos preguntamos de noche al temer el asalto de un motochorro y de día, al abrir el diario o prender la radio. Es el caldo de cultivo para muchas más Camilas, más Marías Soledad Morales, más Maritas Verón, más Marías Cristinas Olivares. Y para no pecar de sexista yo también, diré con el mismo dolor que todo esto es lo que lleva a que madres ignorantes y padres ignorantes permitan el horror de la multiplicación de muchos más niños que roban, balean y acuchillan para drogarse con paco. Muchos más “Argüellitos” y “Maritos”.
La desigualdad persistente en pleno siglo XXI no es más que fruto de la corrupción, desde mi punto de vista. Es dejar pasar, mirar para otro lado, hacer ganancia acomodándose y siendo testigos mudos de las repeticiones de cosas que en las leyes están prohibidas. O en la convención cultural, desacreditadas hace ya demasiado tiempo.
Para igualar los tantos con los amigos varones me despido con las palabras del psicólogo social, Osvaldo Teodoro Hepp: “Para el tratamiento de la deshonestidad, que no es sólo robar sino también ocupar cargos inmerecidos, parece bueno comenzar por identificar algunos signos de nuestro largo y abundante legado, pero asimismo es bueno recordar que también la herencia puede ser doblegada”.