Guillermo Romero, ¡presente!

Por Marcelo Arancibia 
Hace varios años que en la argentina hay una nueva categoría de víctimas: los muertos por el narcotráfico. Esta espeluznante categoría tiene varios casos registrados en San Juan. Generalmente son ajustes de cuentas entre bandas narcos que se disputan el dominio de un territorio; o bien, responden a ejecuciones sumarias de personas que enfrentaron a los narcos ante su imparable avance.

Si bien estamos lejísimo de ser Ciudad Juárez, México, donde durante el año 2009 se registraron mas asesinatos vinculados al narcotráfico que en todo el territorio de Afganistán, no debemos olvidar la cita del polifacético político y diplomático francés Telleyrand, para quien "cuando un problema es urgente, es porque ya es demasiado tarde".

¿Es el narcotráfico un problema en San Juan?, ¿es un problema urgente? Si es un problema urgente, ¿podemos prevenir su infiltración en el Estado? Si ya se infiltró, ¿cuánto tiempo les llevará a los narcos corromper al Estado en un Narco-Estado? Y, finalmente, ¿cómo salimos de esta encrucijada que nos impone el crimen organizado que penetra en los pliegues del Estado? Los problemas son graves cuando no se resolvieron a tiempo. Vale contar la muerte de Guillermo Romero para curar en salud uno de los problemas mas serios que deben enfrentar los Estados modernos: El narcotráfico.

La historia de Guillermo Romero es una historia de la vida real. Una historia que sucede a la vuelta de la esquina de cualquier sanjuanino. Una historia de horror. Guillermo Romero fue toda su vida un villero honesto, trabajador, buen esposo y padre de familia. En sus años mozos fué un deportista destacado, un boxeador guapo, de aquellos que siempre iban al frente sin medir las consecuencias de los golpes del adversario. No es que fuera temerario, entendía que las cosas debían ser de cierto modo, sin dobleces, rectas y transparentes. Se ganaba o se perdía, y en ambos casos se pagaba un costo.

Hacía tiempo que Romero había abandonado la actividad pugilística. Ahora su atención era colmada por alcanzar el bienestar de su familia. Y en la búsqueda de la felicidad, consideraba que la vida lo empezaba a bendecir. Primero logró salir de la villa. Fue uno de los cientos de sanjuaninos beneficiados por el plan gubernamental de erradicación de villas, y gracias el boom de la construcción de la mano de la mega minería, había accedido a un empleo bien rentado y asentado en los libros, como Dios manda. En algún momento pensó que al fin tenía un pedazo de cielo al alcance de sus manos. Fue hasta que apareció una nube tenebrosa, que terminó por aguarle la tranquilidad y que acabaría con su vida. A Romero le tocó una casa en el Barrio Colón II (Departamento Santa Lucía) Rápidamente se organizó con la mayoría de sus nuevos vecinos para evitar que los pecados de la villa no se trasladaran al nuevo barrio. Sin embargo, pronto no tardaría en aparecer una manzana podrida que echaría a perder la buena voluntad los vecinos y la paz del vecindario.

En un principio esa manzana podrida empezó a acechar a la hija mayor de Romero. La joven con sus 16 años se había convertido en toda una mujer y el boxeador no iba a permitir que su inocencia fuera ultrajada por un tipo mayor de edad, que no buscaba en la adolescente ni el amor ni la seriedad de una relación estable. Romero lo encaró y se topó, no con un contendiente leal, de los que siempre enfrentó sobre el ring side, sino con personaje oscuro, de una violencia propia de los que no tienen alma y para quien la vida no vale nada. El encuentro lo desencajó, pronto se enteró, a través de sus vecinos, que el personaje estaba involucrado en la venta de drogas. Ahora entendía ciertas cosas que llaman su atención, como el ingreso al modesto barrio de autos lujosos en extraños horarios, o que la casa de aquel tipo violento era siempre una romería de personas extrañas, que no solo se juntaban a tomar cervezas.

Lo pensó y tomó una decisión que transmitió a su esposa. Renunciaría a su trabajo para proteger a su hija. La conversación con el "patrón del mal del Barrio Colón II" le había dejado una convicción: su hija corría peligro, el tipo no iba a cesar hasta saciar sus bajos instintos; y Romero no lo permitiría.

Con más tiempo en su casa, el ex boxeador advirtió como el barrio que tanto soñó era apoderado por el narco. Para recuperar la tranquilidad, no bastaba con cuidar personalmente a su hija. Tomó, entonces, una segunda decisión, denunciaría en la Policía Federal la venta de drogas en su barrio y a la persona que estaba detrás de tan infame actividad. Fue así que habló con un oficial de la federal, quien ante la gravedad del asunto y para proteger su integridad, ofreció a Romero declarar como testigo de identidad reservada. Romero sintió protección y el viernes 4 de febrero del 2011 declaró bajo identidad reservada en contra del narco del Barrio Colón II. El día sábado 5, encontrándose Romero en la puerta de su casa, se le apersonó el mismísimo jefe narco acompañado por uno de sus lugartenientes, quien sin mediar saludos lo amenazó de muerte, expresándole en su propia cara que "ya no vas a botonear más".

El pánico se apoderó de la familia de Romero, éste trataba de simular tranquilidad, pero era evidente que alguien lo había entregado. Desechó el consejo de propios y extraños de irse del barrio, al menos por un tiempo hasta que la calma aquietara las agua. Pero el se negó. Jamás en el ring side había pedido en su esquina que le tiraran la toalla cuando la superioridad del adversario era tan evidente que ponía en riesgo su integridad física.

El domingo 6 de febrero a la luz del alba, Romero tomaba unos amargos mientras regaba el jardín del patio de su casa. Fué en ese momento que un sujeto desconocido lo llama desde la calle. Romero sale a la puerta y camina hasta la vereda. Desde de su casa su mujer le grita desesperadamente para que vuelva al interior. Inmediatamente llegan dos motos, frenan y de una de ellas se baja el acompañante, saca un revólver y dispara varias veces sobre el cuerpo de Romero. Los sicarios huyen en las motos a toda velocidad y con destino desconocido.

El boxeador resiste a las heridas, pero el 20 de febrero muere en terapia intensiva del Hospital Rawson. Deja a una esposa y tres hijos menores de edad, quienes, a partir de ese momento viven aferrados a la custodia policial.

Un año mas tarde, un empleado infiel de la Secretaría Penal de la Justicia Federal de San Juan, con acceso a la causa donde Romero, había declarado bajo identidad reservada, que es detenido por orden del propio Juez, acusado del robo de drogas incautadas por la policía y por posible connivencia con los narcos que operan en la provincia. Han pasado tres años y el homicidio de Guillermo Romero está impune, sus autores intelectuales y materiales siguen prófugos. En algunas ocasiones la policía saca la custodia de la casa de lo que ha quedado de la familia Romero, el pánico se apodera de su esposa e hijos. Es que el boxeador, el que ponía el pecho a las adversidades de la vida y que con su propio cuerpo los protegía, ya no está. Lo mataron los narcos, los mismos que en México durante los años 2006 al 2012 asesinaron a 60.000 personas. Al cumplirse tres años del crimen del boxeador, sus familiares acompañados por un puñado de amigos, vecinos y víctimas de otros delitos, frente al edificio de Tribunales, gritaban y nos recordaban ... Guillermo Romero, ¡presente!

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