Nació en Mendoza, pero se quedó en San Juan. Antes vivió en París, donde fue alumno del escultor ruso, Antonine Pevsner. Estuvo dos veces con Picasso. Es el creador de lo que casi todos conocemos como “Monumento al Deporte”, ubicado en el Parque de Mayo de San Juan. Vivió junto a otra gran artista, Leonor Rigau. Falleció en 2014, a los 93 años.
Ernesto Simón junto a José Carrieri, minutos antes de comenzar la entrevista. |
Al principio es callado y observador. Con el paso de los minutos, uno se encuentra con un hombre locuaz y simpático; lleno de vida y con una experiencia extraordinaria. Me recibe en el living de su casa pero rápidamente me invita a pasar al taller donde trabaja. Acá tengo todas mis cosas, dice, y se sienta. Me dicen Pepe, llámeme así, agrega. Entonces empiezo a preguntarle.
- Cuénteme, ¿de qué se trata esta escultura que hizo para un hotel de Mendoza?
- Sí, claro. Esta obra yo la dibujé en 1960. Iba a hacerla para la Galería Tompshon de Mendoza, pero finalmente no se hizo. Guardé los dibujos y luego me encargaron una escultura para un hotel de Mendoza. Allí está ahora.
La obra que hizo se ve ni bien uno entra. Está en el fondo del complejo y tiene una dimensión extraordinaria: seis metros por tres y medio. Está enclavada en un muro de ocho metros que se ve desde cualquier punto del hotel. Le digo que es inmenso. Me imagino que hay gente que lo ayudó. Sí, me dice. Yo viajaba permanentemente para dar las indicaciones. Cada cosa que se fue haciendo tuvo que ser aprobada por mí.
- ¿Tiene nombre la obra?
- No, todavía no pensé en eso. Tal vez usted me puede ayudar a pensar en uno. Yo propuse que el día de la inauguración, todos los que vayan anoten en un papel qué nombre le podrían, y que de ahí se elija uno.
Me cuenta que siempre trabaja con música. Me inspira la música, dice. Le pregunto qué autores escucha. Dice que por lo general pone a Vivaldi o Bach. Pero tengo mucha música. Miré, dice, y señala un estante lleno de discos. Su taller es cálido. Está lleno de cosas que de seguro tienen su anclaje en alguna etapa de su vida. Uno siente que detrás de cada objeto hay un recuerdo que vive a escondidas del paso del tiempo. Ochenta y seis años es mucho tiempo, pienso. Y en todo ese tiempo, el camino recorrido no es en vano. José Carrieri hizo un San José que está, justamente, en la iglesia de San José, en Guaymallén. Al principio me criticaban mucho con eso. Es que no hice un San José común. Hice algo duro, que expresa cosas fuertes. ¿Lo ha visto?, me pregunta. No, aún no, le digo. Tiene que verlo. Cuando vaya a Mendoza vaya a verlo.
En la década del 70, hizo lo que hoy comúnmente llaman “el Monumento al Deporte”. Pero se apura en aclararme que el nombre de esa escultura es “El Rosetón de los Deportes”. Está en el Parque de Mayo, en la Ciudad de San Juan. Tiene nueve metros de altura. Lo edificó con la ayuda de la Facultad de Ingeniería. No lo cobré, lo doné, recuerda. Y dice que al principio no lo entendían muy bien, pero luego la gente le tomó cariño. Pesa 70 toneladas y la idea surge de los cinco círculos olímpicos, pero dispuestos en forma circular, no como habitualmente los vemos. Esa fue una experiencia hermosa. Me hice amigo de todos los obreros que colaboraron para que pongamos eso en pie. Pasamos momentos inolvidables. En el año 1956, me contrataron en la Facultad de Ingeniería de esta provincia para que diera clases, recuerda. Acá me trataron muy bien y me quedé.
El discípulo de Pevsner
Cuenta que cuando vivió en París, se maravilló de todo lo que veía. Allá todo era arte, recuerda. Me iba a la biblioteca y ahí encontraba todos los libros que necesitaba. Tenía una beca que casi pierdo, porque estaba tan entusiasmado que me olvidaba de hacer los informes mensuales. Fue cuando encontró la oportunidad de estar en el taller de Antonine Pevsner, acaso uno de los grandes escultores del siglo XX. Al principio no quería recibirme, me cuenta. Yo le dije que aunque sea me deje barrer su taller. El tipo resulto ser mi maestro. Me tomó un cariño grandísimo. Cuando me volví para Argentina, todavía lo recuerdo, se le llenaron los ojos de lágrimas. Carrieri se deja llevar por la nostalgia. Y desde ahí, desde el centro mismo del recuerdo, hace fluir sus anécdotas. Cada una es un capítulo misterioso. Girones de una vida que no se detiene. Una forma de mantenerse vivo a pesar de estar en un mundo marcado por la destrucción y la indiferencia.
- ¿No pensó en quedarse a vivir en París?
- Si, claro. Alguna vez lo pensé. Algunos artistas de Buenos Aires se quedaron. A mi me daba la impresión que mendigaban una famita en París. La verdad es que me siento muy bien acá. Me gusta más San Juan que Mendoza.
- ¿Por qué no expone?
- Nunca me preocupó exponer o conseguir reconocimiento. Pienso que hay que hacer obras radicadas en lugares públicos. Esas quedan expuestas para toda la vida. Y el que quiere verlas tiene que viajar al sitio. Lo lindo que tiene el arte, es que todo es una aventura.
- ¿Cómo ve el país hoy?
- No muy bien. Mire, yo nunca me afilié a ningún partido. Sin embargo soy más socialista que ninguno. En este país no se hace política. No son militantes, son compinches en un partido de truco.
Riguroso en su pensamiento. Franco hasta en lo mínimo. La sinceridad recorre cada una de sus afirmaciones. Hace una pausa y confiesa: estoy en la etapa más libre de mi vida. Estoy jubilado y cuando me levanto siento que puedo hacer lo que yo quiero. Con mi esposa estamos pasando los mejores días de nuestra vida.
Constructivismo
Dice que se siente cómodo haciendo arte constructivista. Aunque reconoce que tiene influencias del simbolismo abstracto. Carrieri se posesiona cuando habla de esto. Parece que está dando una de sus añoradas clases. Entonces explica: se arma todo con una morfología abstracta, conducida por parámetros administrados por la sensibilidad. Es una precisión sensible de lo impreciso. Hace un silencio. Como quien busca la mejor definición para describirse sin falsas posturas ni simulaciones absurdas. Y agrega que “el arte ha resistido al paso del tiempo y al avance de la tecnología. Fíjese que las obras, mientras más tiempo pasa, más valor tienen”. Dice que el artista tiene que entregar poesía, aunque no siempre es algo bonito. Ya que el mundo ofrece cosas negativas, el artista debe buscar lo poético.
Encuentro con Picasso
Los recuerdos aparecen como destellos de luz en una noche de verano. Cielo limpio. Mente clara. Una vida para contar. Entonces se acuerda cuando era un joven inquieto y tenaz, y fue a conocer al célebre pintor. Estuve dos veces con Picasso, dice. Una ve me recibió en su casa a orillas del río Sena. La segunda fue en un lugar ubicado al sur de Francia, Vallaoris. Era un pueblo pequeño. Picasso se perdía ahí y no recibía a nadie. Pero fuimos con un amigo y lo encontramos. En el pueblo nadie te decía dónde era la casa. Porque a Pablo no le gustaba que se sepa como encontrarlo. En esa casa buscaba la intimidad para trabajar tranquilo.
Cuadro final
La charla se termina. Me quedo con la impresión de que José Pepe Carrieri es un hombre sencillo. Alguien que sabe vivir. Humilde. Muy humilde, si se tiene en cuenta el derrotero que ha trazado en su vida. Ha sido un buen profesor. Alumno de un gran maestro. Fue distinguido con premios. Dio conferencias y charlas. Jurado de concursos. Becario en Francia. Su obra es infatigable. Incluye grabados, esculturas, diseño de obras y fotografía. Todo eso hizo mientras transcurrían sus días. Pero no lo cuenta. Uno lo entiende cuando toma su biografía y la repasa. Así confirmo que no es vana la modestia con que se maneja. Las grandes cosas suceden en silencio. Los grandes artistas también.