Por Silvia Marcet
Es cierto que el pensamiento occidental y en mayúscula medida el cine hollywoodense han remanido el desprecio hacia el fascismo con implacable insistencia. Tanto que parecen dulcificarse y hasta cobrar dramático romance otras formas de corrupción masivas de la historia. En estas obras, queda salteada la cuestión por medio del enfoque.
Como en la película El lector, Good recala en el nazismo de manera muy humana, diseccionando una sociedad a través del cristal de una vida. Y tal como la primera, nos deja un tremendo sabor amargo: Qué difícil es distinguir la frágil línea que separa lo bueno de lo malo. Allí radica su majestuosidad como pieza artística: nos deglute poco y nada. Y lo peor: nos deja empantanados entre la empatía hacia los atribulados protagonistas y límites éticos tan borrosos que son casi imperceptibles si no se cuenta con el diario del lunes. Si en El lector nos compadecíamos de la inercia obcecada de Hanna Schmitz, fruto de su extrema ignorancia y férrea educación, en Good nos mueve a la comprensión lo contrario: el protagonista es altamente ilustrado, sus decisiones son puramente lógicas y su refinamiento intelectual, de alto vuelo. Pero en el fondo ambos se dejan llevar por la seducción, el orgullo, la obediencia al discurso social dominante y la conveniencia personalísima. "No hacer olas" parece ser su norte todo el tiempo. Y aquí está tal vez el quid, la clave, el huevo de la serpiente.
El lector (Der Vorleser en alemán, literalmente "el que lee en voz alta") es una novela escrita por el profesor de leyes y juez alemán Bernhard Schlink. En 2008 el director Stephen Daldry dirigió la versión cinematográfica del libro. Good es una película del 31 de diciembre de 2008, dirigida por Vicente Amorin y cuyos actores principales fueron Viggo Mortensen, Jason Isaacs y Jodie Whittaker. Esta película está basada en el libro homónimo publicado en 1982 por Cecil Philip Taylor, dramaturgo escocés.
Good gira en torno a John Halder (Viggo Mortensen), un profesor de literatura en la Alemania de los años 30, que publica una novela de ficción en la que un hombre asesina a su esposa enferma, porque, según Halder, la ama.
Cuando un buen día es convocado a las oficinas del departamento de Propaganda y Censura, el profesor se imagina lo peor. Pero descubre que su obra, modesta y personal, ha gustado y mucho a los miembros más destacados del partido. Todo se vuelve aún más extraño cuando le comentan que el mismísimo Adolf Hitler ha leído la novela y dice haberle encantado. Tanto es así que quiere que Halder escriba un ensayo sobre el tema central de su obra, pues casa perfectamente con la idea que tienen en el partido sobre la muerte de personas enfermas. Le revelan que muchos familiares escriben cartas al Führer para poder acabar con la vida de sus parientes, cuando éstos ya no viven realmente.
El partido parece necesitar apoyo intelectual para legalizar la eutanasia y Halder (que no se imagina, o se quiere imaginar la verdad) ve una gran oportunidad para progresar, así que acepta el encargo. Sin embargo, antes de eso debe ingresar en el partido, algo a lo que se había negado hasta ahora, por estar en contra de sus decisiones más polémicas (quema de libros de autores franceses, por ejemplo).
Lo mejor de Good es que, lejos de quedarse en lo concreto de la Alemania nazi, extiende su reflexión al ser humano, a todos nosotros, a lo que decidimos cada día, desde lo nimio hasta lo más trascendente, pensando que es lo correcto. Muestra la frágil línea que separa lo bueno de lo malo, lo relativo que puede ser todo y lo fácil que es verse atrapado por una serie de acontecimientos de consecuencias dramáticas e irrevocables, así como hasta dónde podemos engañarnos para creer que hacemos lo correcto.
El Halder de Mortensen es un hombre que se plantea estar equivocado, pero no deja de seguir la (terrible) corriente, beneficiándose de los acontecimientos y desprendiéndose de sus creencias y su integridad iniciales, o acomodándolas de la mejor manera posible para mantener esa apariencia de bondad. El presencia lo que ocurre, tiene innumerables avisos, como los desesperados pedidos de su gran amigo judío (personaje difícilmente entrañable gracias a su posición acomodada, actitud elitista e intransigente) o el lento abandono a sus familiares más cercanos. Lo complejo es discernir porque todo tiene una justificación o una relativización. Pero en esta sociedad y en este momento, los sucesos pasan más rápido que en cualquier otra. Puede ser la Argentina del '76, Estados Unidos de Bush hijo o la Venezuela actual. Hay que estar a favor o en contra. Y eso que normalmente fluctúa durante años dentro nuestro, en coyunturas extremas cuesta, en cuestión de meses, la coherencia interna, luego el trabajo, las amistades, la familia, la tranquilidad, la salud, sin solución de continuidad hasta poner en vilo la vida misma. Lo cierto es que nuestro antihéroe, el bueno de Halder, no entiende la verdad y sus remordimientos no llegan a ser profundos. Hasta que ya es demasiado tarde.
Claro que antes ha intentado muchas veces volver a la inocencia purista con volantazos instintivos. Pero ha retrocedido espantado ante el peligro. Cuando realmente se juega el pellejo, queda poco por recuperar.
Todo esto, dentro de los sentimientos y acciones que son capaces de desplegar no psicópatas o asesinos, corruptos a gran escala, manipuladores o dictadores, sino simplemente un "buen" hombre o una "buena" mujer, Juan o Ana (la traducción de los nombres de los protagonistas de sendos libros-películas). Gente como uno en un día común. Un día tras otro y una decisión tras otra.
Mirá el avance de la película.