Foto: María Florencia Vazquez |
Empezaré por el principio. El domingo no empezó fácil ni mucho menos, lindo. Comenzó con una noticia tristísima y fatal. Por la tarde, decidí tomar fuerzas para no quedarme a reponerme en el sillón. Me obligué a ir a la marcha de cierre del XXVIII Encuentro Nacional de Mujeres en San Juan. Llamé a mi hermana, periodista como yo, pero quien aún ejerce en un medio de comunicación local. Quedamos en encontrarnos en media hora en la Plaza 25 de Mayo.
Apurada, decidí no caminar para no fatigar mis sandalias altas ni esperar el colectivo porque tardaba. El remisero prendió mi mecha: mientras pasábamos por el Centro Cívico divisó la guardia policial preparada para la guerra y espetó: “Se dice que ha venido una avalancha de mujeres y que son muy feroces, están rompiendo todo”. Imaginé a un colono esperando el malón araucano al pie de una línea de fuertes, al sur de la Pampa húmeda, en pleno 1.800.
- ¿Quién lo dice?- salté, si han venido 20 mil mujeres a la ciudad a debatir por diferentes demandas, ¿usted cree que todas son feroces o se le ocurre que, como en cualquier grupo humano, puede haber variedad?
El señor retrocedió cinco casilleros y ambos comprendimos que trenzarnos en una polémica en el bar en un corto viaje al centro era, por lo menos, inútil. Acordamos en varias cosas, pagué con cambio y abajo.
Frente a la catedral, un golpe de vista inflamó mi ya toqueteada sensibilidad. Tres hileras de jóvenes católicos “autoconvocados” según me explicaron, comandados por un barbudo tipo Rasputín que apenas me vio corrió a velar porque sus muchachos hablaran lo justo y necesario, formaban fila frente al Campanil. Más allá, frente a la explanada de entrada al moderno edificio de nuestra Catedral capitalina, otros jóvenes vestidos de estricto blanco protegían y cerraban el paso de las manifestantes que mostraban tetas, muslos y panza, raros peinados nuevos y tatuajes detrás del vallado policial.
Instintivamente tomé el celular, llamé a mi hermana menor para resguardarme un poco en la cámara fotográfica, el anotador y lapicera que ella traería. “El cuarto poder está para reflejar, no para opinar”, dice la escuela de periodismo norteamericano clásico. Creo que tuve miedo de inclinarme por uno u otro bando. Mi hermana tardaba, buscaba a su fotógrafo que jamás llegó. Así que enfilé para la esquina de Rivadavia y General Acha.
Traté de alivianar mi ánimo pensando cómo pensaría otro ser en mi lugar. Alguien más light o menos emocional. No lo logré. Filas de chicas con remeras de colores, banderas, pinturas en su piel bajo el sopor del calor sanjuanino, en bikini, en tetas, con niños, ancianas, con panzas escuálidas y otras con varios kilos de más y absoluta flacidez, gritaban como desaforadas. Sentí poder, orgullo, sentí alegría de verlas así: libres, fuertes, bellas en todas sus formas, razas y edades. Determinadas. Me abstraje de sus banderías políticas, me escapé de las que pugnaban por el aborto legalizado. Me sentí mejor cerca del grupo anti trata de mujeres y niños. Y luego vi que algunos grupos pequeños (no más de quince mujeres repartidas en cinco grupos distintos) insultaban, atacaban a los varones, atrincherados como soldados en la primera guerra mundial. Cumpliendo perfectamente su papel de víctimas propiciatorias.
- Qué tremenda puesta en escena, pensé. Imaginé el odio de los militares de todas las dictaduras, de los hombres de negocios y de los políticos embriagados de poder ilimitado enfrentando a mujeres tan audaces. Comprendí la cobardía de siglos y siglos de hombres poniendo candados de hierro y palabra a los vientres y a las mentes femeninas. Simultáneamente, sentí deseos de que mis congéneres no necesitaran ser violentas y pudieran dar el “buen combate”, la lucha no violenta o para ser más cinéfilos y pop: traer a la siesta sanjuanina “la tormenta perfecta”. Ya nuestras madres hicieron el desembarco violento en los sesenta, deberíamos haber aprendido algo, pensé creyendo haberme dado una plataforma que dejaría mi mirada serena e imparcial, como una filmadora. Pero entonces, sentí una compasión enorme por nuestra Humanidad. Tan inteligente, brillante y tan adolescente. “Oh, patria mía, tan bella y tan perdida”, rezó Giuseppe Verdi en su Nabucco.
Gracias al cielo llegó mi hermana, munida de su facha de periodista. Ahora sí, pensé. Podemos meternos impunemente por todos lados sin ser salpicadas por la complicada pasión. Pero, hija del Romanticismo al fin, una vez más me equivoqué. Me emocioné y pedí a pie juntillas a Dios y al Universo: que todo sea para mejor. Fuimos preguntando a los diversos grupos de dónde venían, qué les parecía, cómo había sido su participación. Un grupo de chicas con rostros más bien punk por su lookeo, no se movió del frente de la Catedral.
“No vinimos a participar en los talleres, estamos en contra de todo lo legal, no nos interesa debatir, pero al menos déjennos expresar porque es nuestro derecho. Nos quedamos acá porque estamos contra la Iglesia que es la que dice que la vida arranca en el momento en que un feto es un coágulo y es la Iglesia la que dicta el nuevo Código Civil”, dijo una de las chicas.
- Deciles que venís de un diario, le dije a mi hermana.
- Sea como sea, se violentan, me dicen que si vengo de un diario estoy sometida al caudillo Gioja y a la pauta oficial. Ni siquiera les hago preguntas tendenciosas en uno u otro sentido y ya saltan con esto, me contestó. Otra más que tenía su razón y su lucha.
Me contó que asistió a los talleres, que fue a las escuelas donde dormían las visitantes de otras provincias, a la escuela donde se alojaron las trans, al taller donde debatieron las mujeres a favor del aborto y las pro-vida. Que habló con descendientes de pueblos originarios, con familiares de víctimas de violación, de femicidio, de encarcelamiento ilegítimo, con doctoras, profesoras, con médicas, chicas religiosas y con barderas que venían a “poner lo que hay que poner y mostrar lo que hay que mostrar”.
Caminar por la calle San Luis rumbo al Parque de Mayo fue impactante también. Casas de familia, comercios, especialmente peluquerías femeninas, clínicas de estética, jugueterías, clínicas infantiles!!! Todo pintado con rabia y parcialidad: “Mi cuerpo es mío y yo decido”. “Facho, macho, déjame decidir”. “Iglesia = dictadura, dejá de proteger a los curas pedófilos”. “Esta torta no hace dieta”. “Somos las tortas que dice el Diario de Cuyo”. “Menos juguetes y más aborto legal”. “Descoloniza tu cuerpo”. “Mujer: conoceté, disfrutaté y maturbaté”. Salvo lo del aborto, sentí bastante simpatía. No me gustó que hubieran pintado con aerosol en casas privadas. Una mujer sabe lo que cuesta limpiar.
Pero ojo. Tampoco pido que seamos perfectas, que seamos pulcras, remilgadas y sumisas. Claro que no. Habladoras, coloridas, apasionadas, cargadas de cambios hormonales y gritonas seremos siempre. Las manos de las cuevas más antiguas del mundo fueron pintadas por mujeres, que registraban la historia cuando los hombres iban a cazar. Se dice que las pinturas rupestres fueron hechas por mujeres, que la medicina fue inventada por recolectoras de hierbas, que la familia solo puede existir porque la mujer con su condición de matriz, afinca, nutre y educa. Nada mejor que leer, pensé. Tanto escribió ya Marcela Serrano, Virginia Woolf, Isabel Allende, Susan Sontag y tantísimas pensadoras, científicas, maestras, dirigentes, mártires y artistas.
Llegando al Centro cívico comenzó la dispersión. Ufff, tengo que volver a casa, lancé a mi hermana, casi como una autojustificación.
- Me hubiera quedado hasta el final del aquelarre a analizar y disfrutar también de la locura desatada. Esa que solo la multitud trae aparejada. Pero tengo que relevar a mi marido en el cuidado del niño. Todo el día lo ha cuidado él.
- Bueno, vamos, dijo ella.
Doblé sola por Salta, ella se fue rumbo al oeste, por Libertador y hacia la Escuela Fontana. Apenas salí de la formación, autos cargados de hombres, motos, me gritaron cosas en las que registraron los nombres de los órganos femeninos. Modestia aparte, pensé, a pesar de mis 35 añitos: “y bueno, qué va a hacer, siempre recibí piropos”. Pero luego comencé a asustarme porque era de noche, me faltaban muchas cuadras y no todos eran pseudo elogios. Caí a la realidad: me dedicaban pensamientos porque venía de la marcha. Y pensé: acá están los machos fachos que las chicas voceaban, ninguno lo dice de frente, todos en grupo y desde sus motorizados vehículos.
Con estas emociones cruzadas, llegué a casa y comencé a ver por tv y Facebook la encendida reacción del periodismo local frente a la horda de amazonas bestiales, “conchudas” como espetó una señora muy de su casa, mediante un comentario en el diario digital más conocido en la provincia. Violentas y sucias. “Vayan a lavarse el pelo, reprimidas” largó otro ciber-opinador. Obvio que no me gustó que las chicas, hubieran dado comidilla para estas personas, al pintar tantas cosas con aerosol, arruinar espacios públicos, al violentar sus reclamos, al adoptar energía destructiva y ciertamente “masculina”, al sumarse funcionalmente a una puesta en escena para mí, infantil. Rescato lo tratado en los talleres. Pienso que los fuegos de artificios son parte ineludible de todo movimiento social, porque como humanidad, somos de espíritu y de barro. Y concluyo: algo deberíamos haber aprendido de Gandhi, Luther King, Mandela y la monja catamarqueña, Martha Pelloni.
Masa, multitud, individuo
Primero, hay que aclarar que la "masa", la multitud, es en Psicología social, tratada como un sujeto con conciencia propia. Diferenciado del grupo, un agregado de individuos que se conocen entre sí y con un limitado número de miembros. Ambos sujetos sociales comparten el elemento de la sinergia. La suma multiplicadora de energía psíquica, espiritual, física e intelectual. La multitud, en cambio, tiene en sí dos elementos explosivos: la exaltación de las pasiones y el anonimato. ¡¡Si lo habrá sabido Hitler, Mussolini y tantos otros con sus monstruosos y perfectos desfiles, donde cada soldado era un ladrillo más en la pared o mejor dicho, una célula más en el gigante animal rugiente!!!! El sonido de la marcha, si lo sabrán los generales, tiene la misma misión del tambor de guerra: acelera corazones, marca el paso y no deja que la cabeza piense demasiado. Los gritos en la marcha, si lo sabrán terroristas y caciques, tienen el mismo efecto que el grito del jefe del malón indio. El lema es "que no decaiga"... la acción. Yo misma, en cualquier marcha o recital recibo un golpe energético en el pecho, en los brazos, en las piernas, me emociono, se humedecen mis ojos y pienso: Soy parte de la historia, soy uno con el universo. Como Will Smith... Soy leyenda, me la creo y allá voy. Aceptando estos efectos ya muy estudiados, la socióloga Laura Avila no me dejará mentir, hay que seguir usando nuestro registro del otro, registro de la Historia para no dar por tierra con los propios esfuerzos. Esto no es una guerra de Secesión o de Independencia estilo Brave Heart (Corazón Valiente, con Mel Gibson para más datos), en que honramos las bondades del Tambor de Tacuarí. No es una formación nazi o un desfile de camisas pardas devenidas en cuerpo único.
Lo de ayer fue una marcha de mujeres de todos los colores, edades y pensamientos. Solo sugiero que para la próxima reunión se eviten esos golpes de efecto grotescos, ridículos e infantiles para esta altura de la historia de la Humanidad, pintadas en casas y negocios privados, enfrentamientos con chicos de diversos credos, que se termine con esto de increpar hombres tal como ellos históricamente hicieron y hacen con las mujeres y que prediquen con el ejemplo del respeto. Es muy difícil. Claro que sí. Además de gigantes foráneos de la lucha no violenta tengo otro ejemplo para dar: mujer y argentina: la monja Martha Pelloni. Organizadora de las Marchas del Silencio en Catamarca, por el femicidio de María Soledad Morales. Joven víctima del machismo feudal, patriarcal, rancio, sardónico, corrupto y protegido por el poder nacional y la Justicia, si los hay. Y miren si logró o no algo, Martha, desde su pequeño y olvidado lugar en el mundo.
Pido que el humo de la hoguera, prendido tanto por las llamadas “brujas” como por los modernos Torquemadas, no oculte lo importante. Que la trata, la violencia de género, la violencia contra los niños, la injusticia, el maltrato a las mujeres que denuncian golpes en comisarías, no se oculte, no se apañe, no se libere; que el ojo de la sociedad no se canse nunca de exigir a los tres poderes del Estado: Justicia, Educación, Igualdad.