Por Tatiana Tzarhiug
Creo que alguien está detallando todo, no sé en qué lugar, pero cuando esta vidriera que nos expone sea ausencia ahí estará todo escrito. Lo recuerdo muy bien, lo dijo un amigo, era invierno el clima y el cenicero circulaba por el doquier de la casa.
El vintage intenso en el que la moda nos está sesgando con la naturalidad del pasado. En los anuncios publicitarios, en la sangre joven del collage por una desesperación en figurar.
Un grupo de melancólicos que llora el color antiguo.
Que ha dado un niño al amanecer.
La madre debe ir al trabajo sin importar el dormir.
La secretaria recibe notas, y más notas; tuvo una mala eyaculación.
El tipo revisa desinteresadamente las páginas de un diario.
Alguien escribe sin ver.
Usted lo acepta.
Hemos descubierto una cultura de ir, para ver y ¿qué decir? Rutinarias horas de guión arte, que nada viene a parir, solo herir. ¿Herir? La retina se entremezcla con el café, y los creativos no viven solos. No obtengo visita que venga hacer sentir vivo, aún parecer íntimo, como ese mueble viejo que da pena abrirlo y sentir el crepitar de los recuerdos. Supongo que la herencia viene a despertar una profunda alegría de continuar con la biblioteca visceral.
Intentaría correr solo, pero así a nadie podría alcanzar, quizás tampoco haya por quién ir a buscar.
Es que cobramos quedados, quemados y quedamos conforme con la muestra que hay, y nada más; ni siquiera intente buscar algún lucido bar. Pero la cultura no ha desprendido el cordón umbilical del que viven tantos subsidios así. Y lo veo al director del diario preocupado por modificar un espectro del infiel escenario inmerso, yo sirvo otro trago de vino suelto y aguanto las ganas de echarme a volar por letras que nadie verá sonreír.